Apenas recuerdo leer literatura infantil. Al hacer memoria los primeros libros de mi infancia son las recopilaciones de cuentos de la editorial Susaeta y, de repente, hay un espacio en blanco hasta Las crónicas de Narnia. Llamo a mi madre para preguntarle qué pasó ahí, qué me gustaba leer y me ayuda a recordar: El pirata Garrapata, al que quería como a un familiar, Fray Perico y su borrico o la niña Olivia, un personaje creado por Elvira Lindo que tenía el pelo rizado, como mi hermana, y no quería bañarse.
Mi contacto con la literatura infantil, mientras era su público objetivo, fue corto. Cuando iba a sexto de primaria mi madre me regaló por mi cumpleaños Los pilares de la Tierra. No era el regalo más adecuado, pero me cambió la vida de jovencísima lectora. A partir de entonces me aficioné a leer libros para adultos que fuesen largos, tenían que ser largos. Mi madre no tuvo mucho reparo en regalarme un libro de mil páginas con descripciones pesadas de arquitectura gótica, la escatológica Edad Media inglesa o el sexo, y la verdad es que se lo agradezco mucho.
Creo que los niños deberían leer lo que les apetezca, sin caer en etiquetas de lo que es adecuado y lo que no. No soporto a una sola madre más preguntando qué libros puede leer su criatura de nueve años. Cualquiera, esa es la respuesta. Juan Cervera en “En torno a la literatura infantil”1, distingue tres categorías dentro de la literatura infantil: la ganada, porque su destinatario no era el público infantil sino que la han heredado; la creada, hecha para niños, y la instrumentalizada, producciones [en las que] predomina la intención didáctica sobre la literaria. La creatividad es mínima, por no decir nula. Esta última mejor esquivarla, aunque de ahí salga un pequeño fan de Ken Follett.
En el máster de edición algunos de mis compañeros querían dedicarse a la LIJ, y yo lo único que pensaba era que, existiendo La Gran Literatura, para qué perder el tiempo con La Pequeña. Por suerte el tiempo pone a cada uno en su lugar y ahora trabajo en una editorial que publica libros infantiles. Además de tragarme mis palabras, me he dado cuenta de lo desconocida que es la literatura infantil para la gente que no tiene criaturas presentes en su día a día.
Esta literatura —que lo es— tiene sus propios códigos y funcionamiento interno. Por ejemplo, ¿sabes qué es un libro silente?, ¿lo importante que es la lectura compartida?, ¿que los libros escritos en mayúsculas son necesarios en algunos casos?, ¿o que existe una especie de Nobel de la LIJ?
Un libro silente no tiene texto. Las mayúsculas sirven para iniciarse en la lectura o para facilitársela a niños disléxicos. El Premio Hans Christian Andersen lo descubrí al poco de empezar a trabajar en la editorial. Este “pequeño Nobel” lo entrega el IBBY (International Board on Books for Young People) una organización internacional que busca fomentar la lectura entre los niños y jóvenes. Quizás conoces a Maurice Sendak o Quentin Blake, ambos fueron ganadores del Andersen. José María Sánchez Silva es el único español que lo ha ganado hasta la fecha, en 1968, aunque Elena Odriozola está nominada para el año que viene en la categoría de Ilustradores, que se empezó a conceder en 1966, diez años más tarde que el Andersen de escritores.
Si tienes algún niño cerca, o simplemente quieras acercarte un poco más a esta literatura, te doy algunas recomendaciones más allá de Roald Dahl o El Principito.
El primer libro infantil que compré en mi vida (en Casa Anita, una de las mejores librerías infantiles de Barcelona). Cuenta la historia de Lucía Fernanda, una niña que se disfraza de diablo y odia los coches. Es divertidísimo, celebra la furia y el enfado —esto no está de moda en la literatura infantil2— y no tiene grandes ínfulas educativas. Ojalá haberlo leído de pequeña. Es de Kike Ibañez y publica A buen paso.
Mo es un gatito que una noche no puede dormir y por la ventana divisa una estrella que le sonríe. Sale corriendo en su busca y hará muchos amigos por el camino. Los dibujos a plumilla inspiran ternura y te reirás a carcajadas con él (a mí me ha pasado). Para más inri, Mo está inspirado en el gatito de la autora. Es de Yeonju Choi y publica Libros del Zorro Rojo.
Narra la historia de Zumzum, que vive en una cueva misteriosa. Una alegoría del embarazo y el parto. Preciosísimo. Es de Aina Bonet y edita Club Editor.
Como yo no soy ninguna experta, quería que alguien me ayudase con su pequeña selección personal. Pensé en Patri, explicándole que esta es mi última obsesión, y me reconfortó saber que estábamos en la misma situación. Así que me hizo estas recomendaciones tan tiernas: Búho en Casa, Amos y Boris y ¿Qué es estar enfadado? Los necesito.



Siempre he pensado que alguien que se dedica a la literatura infantil tiene que funcionar de una forma distinta, codificar el mundo de una forma extraordinaria. Hay relatos divertidísimos de autores muy originales que buscan ir más allá de simplemente crear historias para educar o aleccionar a los niños
Tomi Ungerer fue uno de ellos. Ilustrador y escritor de más de 140 libros, que incluyen cuentos infantiles. Su compromiso político es una constante en su obra, reflejado en sus carteles contra la guerra de Vietnam y la injusticia racial. Participó activamente en causas humanitarias como el desarme nuclear y la defensa de los derechos humanos (y ganó el Andersen en el 98). Ningún beso para mamá trata sobre un gatito malísimo que se porta fatal y pasa de su madre. He visto a madres evitar comprarlo.
Tove Jansson seguro que te suena porque es la creadora de los famosísimos Moomin. Nació en 1914 en una familia de artistas—su madre era ilustradora y su padre escultor—creció rodeada de curiosas estampas familiares, según su página de Wikipedia “con un tití como mascota de la familia, y una niñera que leía a Platón”. Creó la primera historia de los Moomin durante la Segunda Guerra Mundial, buscando consuelo la creación de este pequeño mundo. Vivió con su pareja, una mujer finlandesa que se dedicaba al arte gráfico, en una islita en el golfo de Finlandia. Y también ganó el Andersen. Vida de ensueño.
Me enfrento a la literatura infantil como una extraña, pero redescubrirla me ha permitido conectar con una dimensión que no encuentro en La Gran Literatura, porque se presta a explorar originalísimas situaciones ajenas a la lógica adulta. Me pregunto por qué dejamos de prestar atención, si solo en apariencia es para niños; en realidad encierra toda la verdad que hay en el mundo. Prometo no volver a mirarla por encima del hombro. Leer literatura infantil es entregarse a la ternura, al disparate y de vez en cuando al caos.
Cervera, Juan. “En torno a la literatura infantil.” CAUCE, Revista de Filología y su Didáctica, no. 12 (1989): 157–168.
Uno de los libros que más triunfan ahora mismo es el Monstruo de los colores, un libro que permite a los niños aprender a identificar sus sentimientos y emociones.
😮💨 me encanta! me recuerda a la parte de “Leonard y Hungry Paul” en la que Leonard está escribiendo un libro tiernísimo y divertido para niñes. justo esta semana leí un poemario infantil de Luis Eduardo García y pensé: “pero es que esto es maravilloso, ojalá poder escribir algo así” 🤍
ay maría, este boletín me ha recordado al único cuento infantil que ha entrado en mi poder en la adultez, que es "La sopa del señor Lepron", te recomiendo que le eches un ojo a los pliegos porque son las ilustraciones más bellas que he visto en mucho tiempo.